martes, 1 de abril de 2008

en el buen camino

Al final el domingo salí en bici. Agaché la cabeza en señal de sumisión al viento, sujeté el acople, apreté los dientes y me agarré a la línea blanca para hacer unas series. Y en éstas estaba, intentando mantener la verticalidad, cantando una canción, pensando temas para el blog, imaginándome la bicicleta en Port Elizabeth, mirando el pulso, viendo la velocidad, sufriendo por ir deprisa, sufriendo por no ir más deprisa, cuando levanté la cabeza, y ahí, al borde del camino, clavando sus ojos en mi, estaba el zorrito. Le saludé y desapareció cruzando persiguiendo un Principito que lo domesticara.


Y me acordé, que igual que al zorro, otras cosas me han domesticado a mi. Decía el zorro que sólo se conocen bien las cosas que se domestican, aquéllas que no compramos hechas, sino que pasamos tiempo pacientemente haciéndolas únicas en el mundo. Aquellas cosas que hacen que un día sea diferente de otros días, unas horas de las otras horas. Aquellas cosas, que si quedamos con ellas, empezamos a ser felices una hora antes.


Entonces me puse contento, me había sonreido el zorro. Aquel día había sido diferente, y me recordaba las cosas importantes.

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