Me ponen nerviosos los anuncios de la televisión.
No sé si son un reflejo de la realidad o la realidad es así
porque es como sale en la tele.
Pero no me siento reflejado.
Odio el anuncio de esa multinacional cuyo logo te encuentras
en cualquier producto de droguería, ese spot donde sólo aparecen madres que al amanecer despiertan a sus hijos y los machacan para que sean superestrellas
olímpicas. Hasta el momento, y sólo un par de veces desde que dejé de dormir en
casa de mis padres, nunca nadie me ha tenido que despertar para que fuera a hacer
lo que estaba deseando. No sólo parecen unas madres autoritarias, sino que no
aparece un padre en todo el anuncio. ¿Acaso para ser superestrella deportiva
hay que carecer de padre? Lo siento por mi preciosa hija, porque gracias a un
hombre que la adora nunca llegará a nada en esto del deporte.
Y eso que la marca la uso. Que friego, plancho, ordeno el
trastero y limpio los baños, la cocina cuando mi señora no está. Pues en estas
cosas modernas de la división de trabajo, mi pareja prefiere frotar el
porcelánico de la cocina que la porcelana del inodoro. No hay problema, cuando
alguno no está, el otro asume sus funciones sin que a simple vista se note el
cambio. La próxima vez que vaya a hacer la compra me cuidaré de comprar
productos con un anuncio tan sexista en el que me siento humillado.
Otro que me encanta es el de una madre feliz con su bebé, en
este momento está sola aunque en su día tuvo un varón a su lado, puesto que
añora las cenas románticas, los cines y no sé qué más mil historias que hacen
las parejas antes de traer críos a este mundo.. No se sabe si el padre huyó de
casa buscando estas cosas que la madre perdió o si murió en el parto. Porque
por ahí, entre las cuatro esquinas de la pantalla no aparece. Yo, que soy un
avaro y no era muy de cenas, lo único que echo de menos es el cine aunque
menos, porque en contra de los pronósticos de los agoreros de esa secta tan
bien reflejada en Memorias de un hombre en pijama, estoy leyendo más que nunca.
El resto de cosas las seguimos haciendo los que ahora somos tres y antes dos,
una trifamily auténtica, siendo mi niña hace poco, la integrante del equipo de
apoyo más joven del Norseman.
Y que decir del anuncio de los pañales, madres buenorras
felices con sus bebés de anuncio (seguro que photoshopeados pues el único bebé
de anuncio real es el mío). Como si yo, hombre, con pene, coleta, sin afeitar y
con un par de cromosomas, XY, no hubiera cambiado un culo en mi vida.
La verdad es que ya no hago tanto caso a la publicidad,
porque si lo hiciera, mi mujer no sería tan feliz como las de los anuncios.