Alfred Jarry, a principios de 1900, opone la emoción estética de la velocidad, al Sol y la luz; a los ciclistas que se creían poetas y se ralentizaban en la carretera para contemplar los puntos de vista, prefiere los que se sirven de esta máquina de engranajes para capturar en un condensado rápido las formas y los colores, en el menor tiempo posible, a lo largo de carreteras y pistas.
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Varias historias de este autor cuyo nexo de unión es la bicicleta, en la carrera de las 10.000 millas un equipo de ciclistas alimentados en exclusiva con el Perpetual Motion Food (cuya composición básica era estricnina y alcohol puro, la única bebida higiénica) reta a un tren en una trepidante carrera sin pausa.
En El peatón temerario arremete contra los peatones, (el peatón corre menos riesgos que el ciclista o el conductor, se expone a una simple caída desde su altura y no a una proyección fuera del aparato de velocidad, ni al destrozo de dicho aparato), por tanto, hasta que no cese esta locura consistente en dejar que la gente circule a pie, sin previa autorización, matrícula, freno, timbre, bocina ni faros, tendremos que vérnoslas con ese peligro público, el peatón temerario.
Y en La pasión considerada como una carrera de montaña Jesús derrapa en el Gólgota en una peculiar carrera ciclista.