No es que me falte motivación para coger la bici un domingo por la mañana, pero quedar con los amigos es una de las mejores razones para salir de casa.
Al principio todos disfrutamos de los beneficios de rodar en compañía, dejar de rumiar los pensamientos propios e intercambiar opiniones con los compañeros de la grupeta. Además, se va más rápido, que a todos nos gusta. Aunque nos acoracemos contra el frío, no nos escondemos del viento y nos vamos turnando en la posición de escudo.
Los números de la pantalla van engordando, y si no nos fijamos en esas cosas pasajeras, las piernas hablarán para recordarnos que vamos fuerte, sin palabras, porque poco a poco empiezan a faltar. Todo el aire se utiliza para mover la maquinaria.
Lo divertido viene a la hora de volver a casa. El viento suele ser honrado en su testarudez y soplar constante en la dirección que decide cada amanecer. Es entonces cuando empieza el juego, distribuir los
talentos que se nos concedieron, apostar con ellos, ahorrarlos, hacerlos crecer, mantenerlos.
se me escapa el alma, se me escapa...
Si nos detuviéramos a observar, veríamos salir humo de nuestra ropa, poco a poco se evaporarán todas las fuerzas, excepto esos
veintiún gramos que nos impulsan a seguir dando más. Somos tres hoy en la carretera, y no somos igual de fuertes. La cuestión es saber quién es el más débil y cuánto más fuerte es el ciclista alfa.
Y como en la
teoría de los juegos, si los débiles optasen por colaborar ganarían más, en este caso reventar menos. Pero prisioneros del orgullo no cedemos, agachamos la cabeza, apretamos los dientes y seguimos tensando esa cadena de la que pende nuestra vanidad. Tensamos cada fibra de nuestras piernas esperando que el otro ceda, acaso un instante, no más, antes que nosotros. Porque uno no quiere ser el primero en ceder, pero ya todo en su cuerpo le dice que necesita un respiro y que no puede seguir así.
colaborar en vez de seguir con todas nuestras fuerzas al más fuerte,
las piernas hubiesen escocido menos, pero no habría sido tan divertido
al llegar a casa y recordarlo.
Y se cede, en un descuido, sin querer, las piernas necesitan un respiro. Y uno se queda atrás. Rodeado de la nada, y de un viento helador que lo llena todo. Levanta la vista y ve que unos cientos de metros por delante levantan el ritmo. Recuperado, con unas pedaladas sabe que volvería a enganchar. Pero prefiere aprovechar para recargar los niveles de vigor, sabe que ha quemado todas las vidas y que le quedan unas pocas barritas de energía, sabe que por delante están haciendo lo mismo.
ver setas con ojos, o monedas en la carretera no significa
vida extra, sino que las has agotado todas...
Y vuelta a empezar. Liberado de ocultar su debilidad se siente más fuerte, ahora quizás sea el otro el que lo reconozca. Y el líder ya no parece tan entero. Pero ya no habrá ocasión de comprobarlo. Enfrente nos espera la ciudad, suspiro aliviado porque al llegar a casa la partida ha terminado. Hasta la próxima.
no hay fotos propias,
para sacar la cámara estaba yo...