domingo, 17 de julio de 2011

historias para princesas insomnes


para S, que dice que tengo mucho cuento 

Su padre esperaba unas manos que de mayor fueran fuertes, que le ayudaran a talar árboles y arrastrar leña. Por eso la abandonó en lo más oscuro de aquel bosque. Fue encontrada por un cervatillo huérfano que la arrastró a una pequeña aldea de tres casas; una de paja, otra de madera y la última de piedra. Se crió en la de paja, la más humilde, pero la que compartía todo lo que tenía.

Creció y se convirtió en trampera y con las pieles de los gatos que cazaba se fabricó unas botas por las que volaba entre la espesura de las montañas. Hacía tartas de queso con la leche de tres cabritillas y se las vendía a ancianas diabéticas que vivían en soledad, con la visita ocasional de algún leñador y el alguacil encargado de la recaudación, peludo como un lobo. Fue uno de estos funcionarios quien la descubrió, y la llevó a la ciudad, donde malvivía en un lúgubre sótano del que únicamente salía para limpiar los pisos superiores. Pasaba hambre y soñaba con los recortes de las revistas que los de arriba tiraban al sótano, imaginaba que las paredes del trastero donde de vivía eran de chocolate, y alguna noche se despertó lamiéndolas, descubriendo que lo que tenía en la boca eran repugnantes restos de mugre. Era limpia y hacendosa, eternamente descalza, sus diminutos pies brillaban como si llevara los mejores zapatos pues siempre estaban sumergidos en la cera que una y otra vez extendía por el suelo de los que apenas se encargaban de alimentarla y vestirla.

 Una tarde en que estaba sola en casa colocando en los armarios la colada una vez limpia, planchada y perfumada, osó probarse uno de aquellos escotados vestidos de la hija mimada de la casa. Vio su cuerpo por primera vez, y de puro contento salió a la calle con el vestido puesto. Entró en un gran salón con el rubor todavía en sus mejillas tras la carrera, con el tizne del hollín como sombra de ojos, despeinada como era ahora moda en el lugar y de puntillas sobre pies brillantes, como si llevara unos taconazos de cristal. Bailó con unos y otros, pero se dió cuenta de que debía volver a casa antes que sus dueños, salió corriendo y en su afán por llegar rápidamente a su cuchitril, se perdió, y tropezó. Se golpeó en la cabeza con un manzano y quedó profundamente dormida, como en coma.

 Los animalillos del bosque apenas podían alimentarla con jugos de bayas que introducían por la comisura de aquellos labios entreabiertos que parecían suspirar un beso. Un cuervo, desde una rama cercana, nunca dejaba de graznar. Su belleza y su placidez no pasaron desapercibidas, pero los conocimientos de la época no podían hacer nada por despertarla, y se la dejó allí, en una casita de cristal sufragada por los comerciantes de la ciudad, pues el turismo que generaba era bueno para el lugar. Muchos pasaron que quisieron despertarla y alguno que silenció allí sus instintos despiertos. Y así fue, que al cabo del tiempo habitual, dio a luz a siete bebés de bajo peso y con ello despertó. Cogió a tres debajo de cada brazo y al último lo colocó en su pecho. Se dirigió a lo más profundo de aquellos montes y allí vive, explotando en familia una mina, de donde sale un mineral famoso por su virtud para forjar anillos.

y para A.,
 todos para ti


4 comentarios:

A. dijo...

Dvdg, una vez más me dejas sin palabras...

davidiego dijo...

A.
;******
;D

ser13gio dijo...

Me das la razón...

Saludos,
s

Furacán dijo...

jajaja el cuento total!