Hay
cierto asunto que provoca un sentimiento de melancolía en aquellos que caminan
por esta gran ciudad o que viajan por el país y se manifiestan cuando se
encuentran en los caminos, las calles, las redes y las puertas de los
bares plagados de gente, detenidos a su pesar, importunando a quien los quiere oir sobre el derrumbe del Estado.
Creo que todas las partes estarán de acuerdo,
y así me lo comentó el señor Swift, cuya lectura recomiendo encarecidamente, tras
observar cómo resolvió el problema de los pobres en Irlanda (esa isla ya tan
cercana a nosotros, no sólo en la cola de este continente sino también en la subordinación de
nuestras leyes a la Curia Vaticana) en que tal prodigiosa cantidad de gente sana y en la flor de la vida está
realmente desaprovechada, ocupando su tiempo rumiando ataques contra su persona
y los suyos, de tal modo, que se han visto forzados a blindar los edificios
gubernamentales.
Si bien es inteligente la máxima del césar de
divide y vencerás, creo que apartar y lanzar al vulgo a los trabajadores
del Estado puede volverse en su contra, pues ustedes también lo son (asalariados de la Hacienda Pública, digo, que el trabajo ensucia) y convendrá
conmigo en que aparte de muy necesarios siempre han sido ellos los que han
soportado las cargas impositivas sin pedir nada a cambio en los tiempos de
bonanza, y que con sus conocimientos y desidia o mala fe al usarlos, amén de su
juventud, pueden convertirlos en peligrosos atacarles.
Corte la tarta por otro lugar, mi Señor. Una
a todos sus vasallos contra otro enemigo común y, tanto o más gravoso.
Sabido es por mi trato directo con esta gente, que hay muchos que si de ellos
dependiera no estarían ya con nosotros y dejan pasar el tiempo esperando que
alguien venga a buscarlos, sin producir siquiera afecto alguno y consumiendo
recursos, para todos ahora tan necesarios. Piense, que incluso con una rebelión
de estos sujetos poco se perdería, pues al contrario de los valerosos que
vieron menguar su nómina, nada podrían hacer éstos contra unas fuerzas de seguridad,
o simplemente enfrentada a una plebe contenta y adoctrinada contra un objetivo claro y
común.
Vea que la actual situación de las cosas
viene de antiguo, cuando las personas estaban diseñadas para durar apenas
15años tras jubilarse de su ocupación, tras producir durante treinta, cuarenta o
quizás más años. Pero que el panorama actual laboral, tras una larga formación
que eterniza la adolescencia, y la sabiduría, o más bien, el despiste del
Altísimo, hacen que el presente haya cambiado, y que ahora los rentistas no sólo
igualen sino que puedan llegar a duplicar tanto la prestación recibida como el
tiempo que la disfrutan respecto al tiempo en que aportaron a las arcas
públicas.
Pueda parecerle una medida dura. Quizás se
acuerde de algún ser querido. Pero reconsidere que no lo será más difícil que lanzar
familias honradas a subsistir en la calle, que enfurecer a hordas de jóvenes
siniestros ávidos de cambio, de violencia. Empiece poco a poco. Primero la
medida será voluntaria, aquellos que así lo deseen harán un último esfuerzo por
el bien común. Luego extiéndala a los que no contestando otorguen, y no tengan
nadie que por ellos hable. Convendrá conmigo, que las medidas de prevención
primaria en salud están destinadas a salvaguardar la esperanza de vida hasta
una edad media determinada estadísticamente, luego aquellos que hayan
sobrepasado esta edad determinada en sus genes por el Supremo no tienen por qué
seguir tratamiento alguno. Después extienda la medida como su discreción
estime.
Ofrezca subveciones, no olvide que este
pueblo las adora, y que ansía gastarlas en cualquier cosa diferente para la que
fueron creadas. Verá como una mínima inversión produce generosos dividendos.
Distribuya entonces los recursos no gastados
entre los que ahora alzan sus quejas, continúe dominando los medios de
producción y entretenimiento como hasta ahora ha hecho, tenga manga ancha con
el fortalecimiento de nuestros deportistas que tan bien llevan la rojigualda
allende de nuestras fronteras, y volverá a tener un pueblo dócil al servicio
del capital. Además, aquellos lugares que hasta ahora se destinaban al
almacenamiento de los nuevos héroes de la nación que se sacrificarán en pos de
ella, pueden destinarse a alojamiento de los llamados sintecho (y será usted
quien se lleve la gloria de lograr algo que ningún predecesor suyo, de cualquier signo, ha tenido hasta el momento), así nuestra estirpe propia vuelverá a crecer y no
habrá entonces sitio para otros pueblos extraños que quisieran mamar de nuestros
recursos.
Quiero
manifestar de todo corazón, que ningún interés personal, por ínfimo que sea, me
empuja a promover esta necesaria empresa; que sólo pretendo mejorar nuestra
industria, manteniendo a los niños, aliviando con ello a los pobres y dando
algún placer a los ricos; que no hay otro motivo que el bien de mi país y el de
mi pueblo. No
tengo dependientes ni ancianos con los cuales pueda obtener alguna prebenda.
Deseo
que esos políticos a los que desagrada mi propuesta, y que quizá sean tan
audaces como para intentar ofrecer una solución, pregunten primero a los
interesados y luego a sus cuidadores, si los hubiera y no fuera el mismo
Estado, si, a día de hoy, no considerarían digno de celebración evitar gastos sin
sentido
desterrando de este modo la
continua sucesión de desgracias por las que venimos pasando desde hace años.
Ilustraciones
Inspiración,
texto en cursiva
Jonathan Swift
Una humilde propuesta
Editorial Nórdica
1 comentario:
Nada humilde es la expuesta, y con claridad divina
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