Nunca hubo más comienzo que el de ahora,
ni más juventud o vejez que las de ahora,
y nunca habrá más perfección que la de ahora,
ni más cielo o infierno que los que hay ahora.
Walt Whitman
Me llevé un libro a Sables, recomendado por un buen amigo, sobre la infancia de su autor en un país parecido a éste en que me encuentro. Lo dejé en la maleta, no quería sumar más gramos a una mochila a punto de reventar tanto ella como mi espalda y, como descubriría más tarde, sería algo, únicamente en este momento y este lugar, totalmente inútil. La carrera y sus preparativos me dejan libre a las 16horas como muy tarde. Entretener las horas hasta el anochecer es fácil. Hacer cola para enviar un mail, hacer una cola más reducida para llamar 5', estirar, ducharme o estudiar el perfil de la etapa del día siguiente. Echaba de menos estar tanto tiempo tirado, literalmente, sin hacer nada. Y sin pensar en nada. Nada de yoga o historias zen. Tumbado, despierto, con la mente despejada mientras el tiempo pasa como la arena llevada por la brisa.
Me levanto y la espalda no me duele. La etapa de hoy parece más corrible que la de ayer. Así que cuando dan la salida, voy en el grupito que persigue a la élite, a un ritmillo que sobre el asfalto un observador pensaría que somos de los últimos en llegar pero que aquí es todo lo contrario. El viejecillo de ayer tardaría en pasarme y poco después me alcanzaría el dolor de espalda, un par de kilómetros antes de llegar al primer punto de control (CP), no está mal, 75' para cubrir 11'5km. Bebo agua y empiezo a correr. No puedo, todavía veo el CP y no puedo correr. Mi problema, y lo he hablado con algunos élite a los que también les pasa, es que no sé andar. No sé correr, pero en los últimos años corro rápido. No sé si sabré andar, pero no sé andar deprisa. Poco a poco empiezo a hundirme en la arena. Ni el terreno ni mi espalda me dejan correr. Aún en otra superficie podría alternar caminar y correr. Pero aquí y hoy no puedo. Cada vez ando más despacio y primero me pasan autobuses de corredores y después trenes de andadores. Y si la memoria no me falla, la distancia entre CP1 y CP2 es más larga de lo habitual, 15km. 15km dan para mucho. 3horas andando bajo las horas más calurosas del día dan para mucho. Mucho casi llega a ser demasiado.
qué hago aquí?; casi llevo la media de mis kilómetros semanales a principios de la segunda etapa y lo que queda...; mañana, si llega, más de lo mismo; y menos mal que aún no me ha salido ninguno de mis viejos dolores; vaya calor!, el horizonte no llega nunca y hace rato que se acabó el agua; mucho entrenar la carrera pero nunca me he puesto a andar deprisa, a salir de aquí cuanto antes; porque he pagado un dineral; porque al final lo dije en el facebook; porque A. cree en mi; porque ayer éstos tardaron 10horas, y yo llevo 3 y pico, aún no me han pasado, malo ha de ser que no me de tiempo a llegar dentro de límite, para retirarme tiempo tengo; venga, otro paso...
Estoy aquí. Estoy ahora. Y mientras pueda, voy a acabar lo que toca hacer. Lo que he venido a hacer.
El Marathon des Sables da muy bien en la tele, planos amplios desde el helicóptero, preciosas fotos desde la arena, arena amarilla como la crema de un pastel, cielo puro azul como la imagen de la felicidad. Pero en carrera eso no lo ves. Todo lo veo como en un filtro quemado de instagram, más apagado y mortecino. Y apenas capto la amplitud del lugar. Soy humilde y agacho la cabeza ante los cincuenta y tantos grados que dicen que pillamos, me humillo ante el poder de la arena. Apenas veo más allá de la punta de mi visera, y por el rabillo del ojo veo pies que se arrastran y que aún así me adelantan. La piedra que está en la punta de mi visera parece que no cambia, si no es ella es su hermana que para el caso es lo mismo. Y en el llano interminable, esa duna, esa montaña que venía dibujada en el libro de ruta, está en el mismo lugar desde hace horas. Y yo que creía que entrenar en los caminos de la Meseta me tenía inmunizado de la distancia eterna.
Al final todo llega, y yo llego al CP2. Lleno los bidones, me bebo media botella de un tirón y la otra media caerá durante la media hora que dormito en las haimas que colocan en los controles. Cuando vuelvo a colocarme la mochila parezco otro. Estoy más fresco, camino pero voy más rápido. No hay tanto pensamiento negativo, y cuando el terreno me deja, podría ser sancionado por los jueces de marcha atlética. El CP3 llega en 8km y con él una tumbada larga a la sombra, después hay que subir una montañita corta al 15% y dejarse caer por una duna que se me antoja vertical. Yo, miedoso de las alturas, amplio la zancada y vuelo duna abajo aunque sean verticales. El único material en el que haría esto, si esas bajadas fueran de roca, tierra o incluso hierba casi tendrían que venir a rescatarme.
Me pasa mi compañera de haima. Va hablando alemán fluido con un teutón enorme. Me pasan a ese ritmillo que en la cinta continua no sabes si es andar deprisa o correr despacio y que soy incapaz de seguir. Poquito a poco se funden en el horizonte.
Llego a meta. El 528, de la mitad para atrás. 7h30'382 para 41km, a 5.46km/hora. Desde el CP2 ha cambiado mi táctica y estrategia si algún día las tuve. Ahora se trata de sobrevivir al menor costo posible. De llegar. De coger la medalla y volver a casa. Y a otra cosa.
Poco a poco llega el resto de integrantes de la 86. Vasco hace una entrada clavada a la de ayer, pero sin vómito. A pesar de los consejos no quiere ir a colocarse suero. Hoy estamos todos más perjudicados. Frisco, sin polainas desde los primeros kilómetros de MdS, se va a su cita rutinaria con los cuidadores de pies, que recortarán aún más la piel más externa de sus pies. Poco a poco la piel nueva, inexperta en este lugar, irá conquistando todo el espacio a la piel vieja y dura, curtida en horas de entreno. Poco a poco una marca se va extendiendo por el campamento, los que tienen los pies rojos de la mercromina y los que no.
Hoy no hay ampollas nuevas, después de estirar parece que la espalda no me derrotará hoy. Comer, aparte del placer de saborear la comida y de saber que recargo energía, me da el gusto extra de saber que mañana cargaré con otro medio kilo menos como poco. Mañana el plan es otro.
2 comentarios:
Creo que esta fue la etapa de fuego, superarla te hizo ganar confianza en tu capacidad de resistencia y sufrimiento. cincuenta y pico grados y sin agua... de guión de peli...¿hubo espejismos?
Pero no es nada nuevo, sabes que siempre he creído que eres capaz de hacer cualquier cosa que te propongas. Y hasta consigues que crea que yo también sea capaz.
la confianza, la fe, me la diste tú. No hubo espejismos, guardo tus mails entre las páginas del roadbook.
muchas gracias, A.
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