Ahora que las mañanas de los fines de semana paseo más relajado, me fijo en los pequeños que van por la calle camino de algún partidillo de competición escolar.
Y me quedo ojiplático. Les veo uniformados de la cabeza a los pies, medias, chandal, camiseta con el nombre, cazadora e incluso mochila con los colores de su equipo, intuyo que con el calzado que se ajusta al terreno de juego que toque ese día, pues mis amigos progenitores me comentan que ya no vale un par para todo el año y superficie, que hay botas de tierra, de hierba, de cemento...
Me acuerdo de cuando yo era el pequeño tirano de la casa de una familia media. Ahora casi cualquiera tiene mejores zapatillas que las que yo tuve, y puedo recordar cada par que he tenido desde que tengo uso de razón, el truco está en que no han sido tantas.
Un par que servían casi para todo, cuando estaban viejas, porque cuando las estrenaba las veneraba y cuidaba como lo más sagrado. Incluso durante bastantes años, conservaba una zapatilla, aunque tirase la otra destrozada y perforada tanto en suela como en cuero.
Ahora parece que si no tienes de todo no te dejan pasar por la puerta de la aceptación. Y teniendo de todo tres veces parece que no tienen nada, y alguno habrá que se sienta infeliz. Yo era feliz, porque tenía todo lo que deseaba, un par de zapatillas relucientes al año que casi aguantaban la temporada y una camiseta prestada que había perdido el nombre de mi colegio de mil veces lavada que había que devolver al terminar el campeonato.
Y tras catorce años en esto sigo recordando cada pieza cambiada en mis cuatro bicis y su coste. Y mi chica observadora, coincide conmigo en la evolución del material en boxes y en la línea de salida. Primero aquellas tímidas ruedas de aro ancho, luego los cuadros de carbono, después las cabras, 105, 600, Dura-Ace... la competición en el pueblo de al lado, el sprint con boxes improvisados, el medio que nos parecía un mundo, el larga distancia en lugar extranjero.
Ahora la gente parece saltarse todos los escalones de golpe. Cabra, compresión, cambio electrónico, lenticular, ironman al otro lado del océano.. y eso es malo si nos parece que sin eso no somos nada, pero también se dicen muchas más cosas...
No me gustaría que esos niños sean infelices porque no tienen lo que quieren, ni nosotros tampoco. Lo importante es jugar, aunque sea en un patio embarrado con zapatos.
4 comentarios:
Yo no olvidaré nunca , esas camisetas prestadas y añadiría, de unas tallas mayores que la propia del cole...
Alguna habremos compartido...y mis air max importadas que hasta fueron al zapatero para alargar su vida !!
Son otros tiempos, ahora jee.jee hasta tienen luces !
Qué razón tienes David!. Porque yo he vivido todo eso que dices, cuidar el material (incluso las camisetas del baloncesto que jugábamos con un nudo en los tirantes si quedaban grandes), ilusionarse con él, llorar si se rompía y saber quedarme sin él.
Qué recuerdos cuando me compraron las Adidas Top Ten!.
Eso si el material al igual que hoy era/es generalmente un efecto placebo magnífico.
Que mis hijos en ocasiones no valoren las cosas es algo que no soporto y en ocasiones me ha costado un disgusto y alguno otro que llegará; pero en mi entorno soy el único que piensa así... cada día soy más raro.
Anda que hable de consumismo el señorito marcas, ejem. Pero sí, estoy de acuerdo con lo que dices, cuando tengas descendencia espero que te apliques el cuento.
s
robertin,
las Air Force que compré con mis ahorros por 9.990 pts de rebajas en una tienda que ya no existe con 13 años...
(anda que no he llevado zapas al zapatero...)
zubi,
hay más raros como tú.
caro amigo,
cierta página influye en mi consumo, pero:
+ valoro perfectamente todo lo que tengo,
+ de pequeño me enseñaron poco y bueno, pero ya no rompo las cosas como antes, compro con menos frecuencia que de niño, pero al durar más se acumulan.
+ claro que pienso aplicar el cuento y sobre todo espero enseñarle a cuidar y valorar lo que tiene, y lo de los demás.
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