Desde que naciera con la primavera del dos mil ocho nunca había pasado tanto tiempo sin que yo no escribiera unas letras por aquí, y no es mi deseo que este blog muera de inanición-inacción por mi parte, si lo ha de hacer, que sea por la vuestra, lectores, mayor premio que éstos que ahora conceden sin ton ni son perdiendo todo valor.
No he pasado por aquí a contar mi vida porque he estado muy ocupado viviéndola y los másqueteléfonos y tabletas que hay ahora facilitan que deje caer pensamientos en las redes sociales antes de sentarme a plasmarlos con un teclado físico.
Pareja que, afortunadamente, vuelve al trabajo; empaquetar, trasladar, reordenar recuerdos de gran parte de nuestra vida al trasladarnos de casa; una nueva vida cada vez más plena y demandante; y un deseo de llegar a todo, porque para considerar una vida merecedora de tal nombre hay que dedicar el tiempo que nos sea posible a aquello que nos llena, me han tenido, y tienen, muy entretenido.
Hay que priorizar y una vez ordenadas las pequeñas cosas (las grandes caen por su gravedad como una ficha de tetris con la partida bien avanzada), comienzo con las minúsculas. Deportivamente hablando tras intentarlo y no llegar por falta de continuidad en las semanas precedentes, he apretado el botón de reset e intento formatearme y empezar de nuevo, llevo dos semanas. A la papelera, sin posibilidad de reciclaje, se han ido el intento de ser sub1h20' en la media de Bilbao y el de finalizar la maratón de Donosti. Se mantiene la Behobia-San Sebastián, un fijo en mi calendario de pruebas.
Adaptándome, evolucionando, para que todo siga igual. Como dice Jaime, busco el éxito, sólo es uno...