La verdad es que hemos tenido suerte.
Escribo desde un balcón enfrente al lago Worthersee donde la media luna se refleja.
Trenes de carga pasan en uno y otro sentido con bastante frecuencia. La salida del Ironman está a dos minutos andando. Mucho ambiente, muchas piernas afiladas y camisetas de conquistas pasadas. Cuando salimos del redil y nos desperdigamos por la recoleta ciudad (el casco histórico es diminuto y bien cuidado) todas las miradas se van a la pulsera naranja que nos marca.
Sobre todo nos encontramos en las terrazas devorando pizza y pasta regadas con abundante cerveza.
El agua está a veinticinco grados, el lago es un plato que invita a nadar más y más. El hotel tiene una pequeña playita privada aunque la salida del ironaman se da en una playa de césped abarrotada de veraneantes con un torno a la entrada, aunque para los hombres de hierro es gratis, será porque podemos llegar a ella nadando desde cualquier lugar. Esta mañana he hecho cola en el taller para que me ajustaran unos tornillos a la bici, antes he intentado trotar por las sombras que rodean el lago evitando el calor que hace por aquí.
Para comer spaguetti con el Tridestroyer Team de Alcobendas: Diego, Nacho, Enrique y compañía. Sobremesa de batallitas, de objetivos y repasos. La verdad es que este año he corrido poco a pie, y nadando vengo justito pero creo que el domingo voy a salir a darlo todo. Voy a meterme en los palos de la natación, voy a intentar hacer volar la P3 sin que pase factura en la siguiente etapa y después que sea lo que Dios quiera, pero no voy a ser conservador. Voy a intentar tener cabeza pero no voy a reservarme nada, hasta ahora el factor limitante siempre han sido las tripas y espero que esta vez me respeten.
Ahora toca probar la bici, quizás el neopreno (aunque el lago pide que no te lo pongas), meter la cabra en el corral con las demás bicicletas, comer y descansar.
No todo es tan idílico. A las cinco de la mañana empiezas a mirar el reloj cada 30' sin que sea la noche previa al gran día, no estás nervioso. amanece a esa hora y esta gente no tiene ni persinas ni cortinas opacas que bloqueen la luz.
Así claro que los guiris me sacan ventaja, mientras unos nadan, otros sudan corriendo y los otros en pelotón haciendo zumbar las lenticulares, yo me doy otro cuarto de vuelta en la cama y bajo a desayunar cuando ya se lo han comido todo. O quizás sea el fantasma que habita este castillo, o el gato gordo que merodea por el jardín, o la diminuta ardilla que corretea por el comedor, quién sabe?
Escribo desde un balcón enfrente al lago Worthersee donde la media luna se refleja.
Trenes de carga pasan en uno y otro sentido con bastante frecuencia. La salida del Ironman está a dos minutos andando. Mucho ambiente, muchas piernas afiladas y camisetas de conquistas pasadas. Cuando salimos del redil y nos desperdigamos por la recoleta ciudad (el casco histórico es diminuto y bien cuidado) todas las miradas se van a la pulsera naranja que nos marca.
Sobre todo nos encontramos en las terrazas devorando pizza y pasta regadas con abundante cerveza.
El agua está a veinticinco grados, el lago es un plato que invita a nadar más y más. El hotel tiene una pequeña playita privada aunque la salida del ironaman se da en una playa de césped abarrotada de veraneantes con un torno a la entrada, aunque para los hombres de hierro es gratis, será porque podemos llegar a ella nadando desde cualquier lugar. Esta mañana he hecho cola en el taller para que me ajustaran unos tornillos a la bici, antes he intentado trotar por las sombras que rodean el lago evitando el calor que hace por aquí.
Para comer spaguetti con el Tridestroyer Team de Alcobendas: Diego, Nacho, Enrique y compañía. Sobremesa de batallitas, de objetivos y repasos. La verdad es que este año he corrido poco a pie, y nadando vengo justito pero creo que el domingo voy a salir a darlo todo. Voy a meterme en los palos de la natación, voy a intentar hacer volar la P3 sin que pase factura en la siguiente etapa y después que sea lo que Dios quiera, pero no voy a ser conservador. Voy a intentar tener cabeza pero no voy a reservarme nada, hasta ahora el factor limitante siempre han sido las tripas y espero que esta vez me respeten.
Ahora toca probar la bici, quizás el neopreno (aunque el lago pide que no te lo pongas), meter la cabra en el corral con las demás bicicletas, comer y descansar.
No todo es tan idílico. A las cinco de la mañana empiezas a mirar el reloj cada 30' sin que sea la noche previa al gran día, no estás nervioso. amanece a esa hora y esta gente no tiene ni persinas ni cortinas opacas que bloqueen la luz.
Así claro que los guiris me sacan ventaja, mientras unos nadan, otros sudan corriendo y los otros en pelotón haciendo zumbar las lenticulares, yo me doy otro cuarto de vuelta en la cama y bajo a desayunar cuando ya se lo han comido todo. O quizás sea el fantasma que habita este castillo, o el gato gordo que merodea por el jardín, o la diminuta ardilla que corretea por el comedor, quién sabe?
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