el hombre moderno

Se decía un hombre moderno. Compartía las tareas del hogar, que se distribuían según quien estuviera en disposición de hacerlas. Lo mismo planchaba que soportaba estoico que las ancianas no se colaran en la frutería. Únicamente había una cosa que su cabeza masculina no aceptaba. En tres años jamás lavó el coche. Si bien periódicamente pasaba la aspiradora por la tapicería y hacía el mantenimiento apropiado en tres años jamás lavó el coche. Si no hay cosa más sucia que la carretera.

El trastero, su reino, está ordenado, como el resto de cosas. La transmisión de su bici estaba perfectamente engrasada pero el resto de estructuras no imprescindibles para la movilidad recogían restos de aventuras pasadas, únicamente antes y después de una competición o acontecimiento importante la lustraba.

Una vez estuvo a punto de lavarlo, pero ya lo hicieron en el concesionario por él cuando se dio el trastazo.

El resto de las ocasiones, otros fueron los que lavaron el coche por él.

Pero tocaba otra vez y ella no tenía tiempo.

Y él dale con que así es como se llevaban los coches en Suecia, que le recordaba aquel viaje que hicieron por las carreteras de tierra de la isla de hielo y las de las antípodas, que le encantaba su coche de rally, negro deportivo, con sus logos favoritos en la parte de atrás, con matrícula indetectable por los radares de la benemérita.

No sabe si fueron las Águedas, San Valentín o que ya tocaba, pero un día mi amigo se quedó sin su deportivo negro personalizado a cambio de un utilitario gris.