un día perfecto

Sale el Sol. Las nubes se recogen y sacan brillo al cielo azul. Unas gotas de perfume en el cuello, un beso allí donde cayeron marca el lugar donde el ritmo de mis latidos es el metrónomo de mis pasos, de mis brazadas o de las fuertes pedaladas.

Poca ropa. Lo esencial. Echaba de menos que no haya apenas barreras entre la tierra, el viento, el sol y yo. Es por estos días que paso el invierno oculto bajo cien capas, preparándome para que no me cojan con las manos vacías y pasen de largo.


Seguir una línea de azulejos o de espuma de los pies que nos preceden, rodar sobre la línea blanca de la carretera o seguir hacia la línea plana del horizonte. Los círculos se hacen líneas según se va cogiendo velocidad.



Cuando se disfruta las cosas se ven de otra manera, no deja de ser lo mismo, pero ahora sé mirar las cosas desde otro punto de vista. Hace treinta días estaba apunto de abandonar, ahora no quiero parar.



El campo está precioso. Después de tanta lluvia gris los colores han cogido fuerza y lo llenan todo, verdes brillantes que poco durarán por esta tierra, campas amarillas, rojas flores, azules.. el campo parece un anuncio de sí mismo.



Cuanto todo está bien engrasado, el sonido de los mandos al ordenar desarrollos, el roce de la goma contra el asfalto, el zumbido del carbono contra el viento y nuestro latido son la mejor música, la que se escucha cuando todo va bien.


Y caen los kilómetros, y los segundos que sobran gotean en forma de sudor. Cada vez más fácil y puedo ir más deprisa si aprieto. No hay viento. No hay coches. Apenas cien kilómetros, casi tres horas. Y quedan ganas.

el cazador cazado